14 de junio de 2020

Tiris

Cuando Tiris paseaba por el mercado de la gran ciudad de Bridan todo el mundo se fijaba en ella. Le pasaba ya de niña, años atrás, y ahora que era una mujer a punto de desposarse era aún peor. Su futura suegra siempre le decía que su larga melena azabache y sus preciosos y grandes ojos redondos levantaban las pasiones del pueblo. Ella sabía que en realidad siempre la habían rechazado porque, simplemente, era diferente. Una extranjera. Tiris se había pasado la vida tratando de pasar desapercibida, pero el destino la obligaba a ser el centro de atención una y otra vez.

Todo empezó el día en que sus padres firmaron la paz con el pueblo blando. El palacio del rey Rakner se llenó de los que ciclos atrás eran sus enemigos. Y recelosos como solo el pueblo blando puede ser, exigieron un enlace nupcial para aceptar la tregua. Cuando Tiris fue elegida de entre las numerosas hijas de Rakner se esforzó por aparentar que se sentía afortunada. Aunque la cruda realidad fuera que su propio padre la había seleccionado para mandarla como rehén a una tierra extraña. Y que su madre, la altiva reina Shuu, no pudiera contener las lágrimas el día que se la llevaron no ayudó a mejorarlo. Al despedirse, la mujer le dijo que nunca olvidara quién era ni de dónde procedía, y Tiris se repitió esas palabras mientras dejaba atrás la cordillera que delimitaba su hogar.

A pesar de todo, la vida en Bridan resultó más agradable de lo que Tiris había imaginado. Su futura suegra se esforzaba por ser lo más parecido a una madre que podría tener en aquel lugar y había forjado una cierta amistad con el  príncipe que pronto sería su esposo. Todos en el palacio la trataban con amabilidad, pero detrás de sus sonrisas y en el fondo de sus miradas Tiris distinguía algo más, una sombra que le recordaba constantemente que ella no pertenecía a aquel mundo. Y esa sombra se volvía mucho más densa y evidente cuando se trataba de sus futuros súbditos. Al principio Tiris pensó que era normal que la trataran con desconfianza, ya que ella tampoco se sentía cómoda entre esas gentes. Ahora sabía que por más que pasaran los años la sombra no desaparecía.

Una noche cualquiera la despertó el gran revuelo que se había formado en los pasillos de palacio. Envolviéndose en su capa salió de su habitación aún medio dormida y tuvo que apartarse para no chocar contra un sirviente que corría hacia la alcoba de los reyes. Restregándose los ojos con ambas manos, siguió sus pasos sin prisa, hasta cruzar el umbral de la majestuosa puerta que separaba el pasillo del dormitorio de sus futuros suegros. Una vez dentro, un grito desgarrador hizo que se detuviera. La habitación estaba repleta de gente y aunque Tiris intentó hacerse a un lado para que nadie se fijara en ella, una acusación se lo impidió.
–¡Tú! –gritó la regente con los ojos desorbitados y dirigiendo un dedo acusador hacia ella.
–Mamá, por favor, Tiris no tiene nada que ver… –intercedió el príncipe recorriendo la corta distancia que lo separaba de su madre para abrazarla. La mujer rompió a llorar nerviosamente.
Tiris no comprendía lo que había pasando, hasta que la reina se apartó de su lecho y pudo ver cómo las sábanas de seda blanca se habían teñido de un rojo oscuro. El rey yacía inerte en la cama con el cuello rajado. Alguien había tenido el detalle de cerrarle los ojos.

Casi todos los presentes dirigieron su mirada acusadora hacia la joven extranjera. Asustada, Tiris se dispuso a justificarse, pero sabiendo que no le serviría de mucho, deshizo sus pasos hacia el pasillo y se encerró en su habitación. Debía esforzarse por mantener la calma y pensar muy bien lo que haría a continuación. <<No olvides quién eres ni de dónde procedes>>. Las palabras de su madre volvieron a su mente y no le costó mucho decidir que debía huir. 


Así que abrió con impaciencia el baúl que tenía a los pies de su cama, sacó la ropa con la que había llegado a la capital hacía ya seis años y se vistió comprobando que aún le valía. Sin tiempo que perder, se descolgó por un árbol que quedaba delante del balcón de su habitación y se escurrió por el gran jardín real. Sabía que el príncipe iría a su habitación tarde o temprano para ver cómo estaba, así que no tenía mucho tiempo antes de que ordenaran su detención. A pesar de que era inocente, sabía que de ningún modo lograría convencer al pueblo blando.

Como la muerte del rey aún no había trascendido, pudo salir sin problemas hacía el casco antiguo de la ciudad, y también más allá de las murallas que la rodeaban. Cuando por fin se permitió detenerse unos instantes, agotada, ya era prácticamente de día y un profundo valle se abría ante ella. Sin demorarse demasiado, enseguida reemprendió la marcha y aún continuó huyendo durante tres jornadas más. Hacía el atardecer del cuarto día por fin llegó al otro extremo del valle y enfiló el camino hacia lo que le había parecido la más alta de las montañas que lo rodeaban. Siguió un estrecho camino que subía por esa pronunciada pendiente, hasta que encontró una abertura en la roca que se abría a su derecha. Tuvo que pensárselo un par de veces antes de entrar. No le gustaba la idea de meterse en el primer agujero que había encontrado, pero necesitaba desesperadamente descansar un poco y aquél no parecía un lugar en el que buscar a una princesa. Así que se detuvo, miró a su alrededor para asegurarse de que nadie la veía y se adentró por un túnel que parecía no tener fin.

A cada metro que recorría el terreno se hacía más escabroso y la temperatura ascendía hasta hacer que le faltara el aire y se le perlarla la frente. Justo cuando empezaba a plantearse dar media vuelta, le pareció ver una tenue luz, así que decidió seguir adelante. Tuvo que caminar aún un buen rato antes de llegar a una gran caverna. Había varias antorchas que iluminaban el lugar y lo que encontró la sorprendió tanto que se quedó paralizada unos instantes. La estancia estaba llena de tesoros. Montones de monedas de oro se alzaban allá donde mirara y había varios cofres rebosantes de gemas preciosas, perlas y joyas. Avanzó unos pasos para coger una gema roja y la inspeccionó a contraluz. El tacto frío de la piedra entre sus cálidos dedos la trasladó muy lejos de allí, más allá de los bosques de Gornik, del mar Pétreo y de la Costa Oscura. La interminable cordillera que protegía el majestuoso palacio del rey Rakner se dibujó nítidamente delante de ella. Su hogar. Sus padres tenían una estancia muy parecida a esa, donde guardaban sus mayores riquezas. Toda la añoranza que había estado reprimiendo durante esos años la asaltó de repente. Soltó la gema que había estado aferrando en su mano, se derrumbó delante de una columna y empezó a sollozar.

Alertada por un movimiento cercano, levantó la cabeza moqueando y miró a su alrededor. Lo describió medio oculto entre las sombras y supo que debía de llevar un buen rato observándola. Se levantó tan rápido como le permitieron sus piernas e intentó retroceder, pero la columna en la que había estado apoyada la detuvo bruscamente. A pesar del miedo que la invadió, sus grandes ojos dorados adquirieron un brillo especial, casi resplandeciente. Se sintió aliviada al pensar que, quizás, por fin había encontrado su lugar.


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¿Quieres saber cómo continúa la historia de Tiris? Pues aquí te dejo el enlace del primer relato que publiqué en este blog “Ojos dorados”.