>> Relato finalista del I Concurs de Relats Curts Hospital Universitari Sagrat Cor, publicado en la antología "Gent gran i salut", Hospital Universitari Sagrat Cor, Obrador d'històries, escola d'escriptura ateneu barcelonès i llibreria +Bernat.
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Una leve vibración en mi muñeca me despierta a las ocho en punto de la mañana. El reloj me informa de que he dormido seis horas y quince minutos, con poco más de una hora de sueño profundo. Una luz roja empieza a parpadear y no desaparece hasta que leo el aviso: me fui a dormir demasiado tarde y la calidad de mi sueño es mala. Cada día aparece el mismo mensaje. Los que diseñan estas cosas son poco originales. Sin que el aviso me preocupe lo más mínimo, me dirijo hacia el baño para aliviar mi vieja vejiga. Tiro de la cadena y, antes de que la cisterna se vuelva a llenar, aparecen unas letras luminosas en el espejo. Acomodo las grandes gafas encima de mi nariz para poder leer el análisis diario, que me indica que mi nivel de azúcar sigue estable pero la urea está un poco alta. También puedo leer que no es grave, y que no es necesario concertar una visita con Mario, mi enfermero de referencia, pero se modificará un tanto la dosis de mi medicación y mi menú semanal. Ese espejo siempre tiene malas noticias, así que me dirijo tranquilamente hacia la cocina para prepararme un café. Enciendo la carísima máquina que me regaló mi hija las pasadas navidades y, aunque sé que no me va a hacer caso, aprieto los botones para pedir un café largo, sin leche y con doble de azúcar, como a mí me gusta. Debo reconocer que el café que hace ese trasto está buenísimo pero nunca lo hace como se lo pido, y ese día no va a ser distinto. Así que el cacharro me indica que es mejor que tome la bebida sin cafeína y con sacarina. Solo me respeta la leche entera, de momento…
Resignándome, recojo la taza humeante, el conjunto de pastillas que me ha preparado y un vaso de agua para tomármelo. Resulta agradable no tener que preocuparme de lo que tengo que tomar cada día, pero no acabo de fiarme de esa máquina: ¿Y si un día decide compincharse con el espejo y me matan? En cierto modo me divierte lo irónica que sería la situación y le suelto el insulto diario sin esperar a que me conteste. Los he bautizado a ambos como Rosalía, como a mi exmujer; ella también solía decidir por mí y se pasaba el día destacando lo que hacía mal (que al parecer era todo).
Me preparo dos tostadas con tomate y aceite, sin sal, acompañadas por cuatro lonchas de pavo y una manzana, como indica el menú iluminado que está en la puerta del frigorífico. Mientras me siento en la mesa del comedor para tomar el desayuno, activo el asistente inteligente para que me pase el cuestionario diario: Sí, me encuentro igual que ayer; No, no me duele nada; No, no estoy mareado ni tengo náuseas o vómitos… y así hasta quince minutos. El altavoz concluye que no me hace falta visitarme con Marta, mi médico de cabecera. La verdad es que no me importa responder esas preguntas cada día, no suelo recibir muchas visitas, así que conversar con esa voz metálica me resulta hasta agradable. A veces le pido que me cuente chistes, me recomiende películas o me diga cuál es su libro favorito. Y lo más divertido: solemos jugar al “que prefieres”. Me encanta comparar mis respuestas con las del resto de usuarios. Y parece que a ese trasto también le gusta jugar, ya que suele preguntarme si deseo activar esa “skill” muy a menudo. Sí, he aprendido muchas palabras raras en los últimos años. Yo ya estoy viejo para todas esas cosas pero mi hija Irene me regala un cacharro tras otro. Lo bueno es que con mucha paciencia me enseña a utilizarlos, y eso nos da algo de qué hablar. No siempre he sido justo con ella y suelo tener la sensación de que se lo piensa dos veces antes de contarme algo de su vida.
Decido dejar de pensar en eso y dedicarme a las tareas del hogar. En mi caso, esa rutina se ha reducido a quitar un poco el polvo, encender el robot que aspira y friega, y activar el que hace la colada. A este último solo hace falta meterle la ropa sucia y sale limpia, seca y planchada: eso sí que me parece un avance. Aunque a decir verdad, prefería cuando venía Pepe a ayudarme con mis tareas, al menos así podía hablar con él mientras limpiaba, e íbamos a hacer la compra. Ahora me cuesta andar y ya no puedo salir tanto rato, así que el asistente inteligente lo hace por mí con solo pedírselo.
Después de eso como algo a la plancha, acompañado por verduras al vapor, y me hecho la siesta. A mi reloj no le gustaba que duerma después de comer pero esa costumbre es algo que no me quitarán. Mirar el capítulo diario de la telenovela y dormir un poco es el mayor de mis placeres, así que lo seguiré haciendo le pese a quien le pese.
Hacia las seis de la tarde llega mi momento favorito del día: enciendo el “tablet” y espero a que mi hija me llame. Ella no se pone mucho rato pero me deja con mi nieta de ocho años, Sara, que me cuenta con todo detalle cómo le ha ido el día. Me encanta hablar con ella: es tan alegre, tan inteligente… Lástima que estén tan lejos. Después de nuestras charlas siempre se me cae la casa encima, así que salgo a dar un paseo que suele reducirse a rodear el jardín. El reloj me exige que haga cinco mil pasos diarios, lo que resulta todo un reto, y yo, como mucho, hago tres mil. Mario siempre me riñe y me repite que caminar es muy importante. Eso, y dormir bien. Yo me quejo de que me tienen muy controlado pero él me responde que es por mi bien. Cuando me dice eso nunca puedo rebatírselo, porqué sé que tiene razón. He dejado de contar las veces que me han ingresado: por crisis, operaciones, el trasplante… Sé que sin todos esos sensores, análisis y decisiones, no estaría vivo ni hubiera conocido a Sara. Y sé, que sin todo eso no hubiera tenido ese año para darme cuenta de que necesitaba arreglar las cosas con Irene. Mañana vendrá con Sara a pasar la nochebuena. Les haré el caldo de navidad que tanto les gusta. Yo también tomaré, aunque solo sea un poquito. Y por fin le diré a mi hija lo que hace tiempo debería haberle dicho: Estoy orgulloso de ti. Todo irá bien, no te preocupes. Y espero, que a partir de entonces, mi reloj deje de parpadear en rojo todas las mañanas.
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