7 de febrero de 2022

Narciso

“Se hallaba Narciso totalmente cautivado por la imagen que le devolvía la mirada en lo más profundo de unas aguas cristalinas. No podía dejar de contemplarlo, era el rostro más bello del que jamás habían gozado sus preciosos ojos. Tenía la certeza de que aquella era la recompensa que había estado esperando durante tanto tiempo, el premio por haber rechazado, implacable, una ristra interminable de pretendientes indignos.

Y quiso acercarse tanto al ser que tenía delante; y anheló con tanto ahínco fundirse en uno con él, que acabó ahogándose.

Murió así Narciso, incapaz de enamorarse de nadie más que de su propio reflejo.

De su último aliento brotó una flor, amarilla como el sol de verano, para recordar a todos la desdicha del que no es capaz de encontrar la virtud en los demás. Pero el paso del tiempo secó la fuente que la alimentaba, acabando con ella y su advertencia.”


De este modo se desarrollaba el mito de Narciso. A lo largo de la historia nadie le había prestado demasiada atención, ni siquiera Mel, que ahora llevaba ya dos años enteros estudiándolo. Estaba tan nerviosa que le temblaban las manos. Sujetaba con cuidado el papiro conservado en resina que había adquirido de un contacto de dudosa reputación. Estaba segura de que su guía de desarrollo profesional no hubiera aprobado que se relacionara con semejante personaje, pero en ese momento le daba igual. Vibraba de emoción. Tener un papel de verdad (casi) entre sus hinchados dedos era algo de por sí extraordinario. Que encima el documento relatara la versión más completa y antigua que se había transcrito, era increíble.

Evocó al erudito que había imaginado aquella historia. Los trazos en la amarillenta superficie eran profundos y apresurados. Casi podía ver la mano del anciano moviéndose con ansia a la luz de una vela. No faltaban los borrones ni las manchas de tinta. Esas marcas negras le daban al resto una aureola de autenticidad. Enseguida se dio cuenta de un detalle que le llamó la atención. A lo largo del texto, el autor utilizaba distintas maneras de escribir las mismas letras. Por ejemplo, lo mismo ponía una “s” ligada, que usaba la versión de imprenta, o te plantaba una “n” que casi parecía una “u”, y luego te hacía una “n” cursiva perfectamente unida a su antecesora. Lo mismo sucedía con la “l” o la “r”. Le pareció gracioso, ya que su profesor de escritura manual siempre la regañaba por tener esa misma costumbre.

Releyó el texto tantas veces que perdió la cuenta. Cuando la emoción se contuvo y dejó paso a la doctorando, Mel se sintió un tanto decepcionada. Esperaba que en ese antiguo papiro hubiera alguna pista que le ayudara a entender cómo su generación había llegado hasta el punto en el que estaba, pero el mito de Narciso solo le había suscitado más preguntas. A pesar de que daba justo en el clavo, no encontró más que una profecía entre sus líneas. La presión que solía dificultarle respirar se agarró todavía más a su pecho, aplastándole los pulmones. Había gastado el último cartucho que le quedaba, y no podría dejar de pensar en la extinción de la raza humana. Hacía más de siete años que no nacía un solo bebé en todo el planeta. ¡Ni siquiera se intentaba! Aunque sexo había mucho… Los jóvenes se juntaban solo para evadirse del mundo y de la realidad que los envolvía; abandonándose a sus instintos más primarios y hedonistas sin llegar a comprometerse. Ya no se llevaba eso de tener relaciones afectivas como “pareja” o “mejores amigos”. Todo el mundo era autosuficiente, independiente, y estaban tan empoderados que no necesitaban nada, ni a nadie. Se habían acabado las confidencias, el hecho de mostrarse vulnerable, o hablar de sentimientos. Cada uno se sabía tan perfecto que era incapaz de enamorarse de otra persona, mucho menos de llevar al mundo alguien que los eclipsara. Esas cosas habían dejado de interesar. Sin más. Y la cúpula infértil que los dirigía, no había hecho nada durante décadas para revertir esa tendencia.


La primera vez que Mel había oído una referencia al mito de Narciso no había podido evitar preguntarse si su generación se había convertido en un ramo exagerado de esas flores amarillas. Ahora sabía que sí. En algún momento pasaron a disfrazar la inseguridad y el miedo, de poder y autosuficiencia. Y no solo funcionó, fue totalmente aceptado. Los colectivos más trasgresores se jactaron de no conectar con nadie, y el resto los imitaron. Daba igual que por las noches se quedaban a solas en sus camas, llorando y abrazando un cojín en el que apenas lograban reconocer su colonia favorita. Se convirtieron, poco a poco, en orgullosos adultos solitarios.

El gobierno empezó a gastar una cantidad ingente de dinero en explicar lo que ellos mismos habían apoyado. Incluyendo el programa de investigación de civilizaciones antiguas en el que Mel estaba haciendo su doctorado. Pero ya era tarde, el amor se había marchitado. No como una flor a la que le falta el agua y termina secándose por negligencia. Más bien como un cactus que se riega demasiado, en un intento desesperado por sacarlo adelante, y al que se acaba ahogando.

Una lágrima se precipitó por las prominentes mejillas de Mel. Demasiadas emociones para un mismo día. Dando por concluido, al menos por el momento, el análisis del texto, cogió el papiro y lo puso a contraluz. Estudiando las marcas del amarillento papel descubrió que había algo escrito también por la otra cara; en la esquina inferior izquierda. Cuando giró la hoja y enfocó la vista, se le cortó la respiración. Su corazón emitió un latido tan fuerte que lo sintió retumbar en sus oídos, tras lo cual se desbocó bombeando sangre a sus extremidades en un ritmo frenético. El nombre de la autora... Lo leyó moviendo los labios emitiendo apenas un susurro <<Melania K. Leonard, traducción de la propia autora>>. No podía ser, aquel documento tenía más de veinte siglos.

Casi pudo oír el “clic” interno que hizo su cerebro ante semejante revelación. Una sensación que le era familiar y extraña a partes iguales se apoderó de ella. Se obligó a mantener la calma y a analizar los hechos de manera objetiva. Aun así solo le encontraba una explicación a lo que estaba pasando. Si eso era cierto, entonces todo podía cambiar, todavía quedaba esperanza. Y no descansaría hasta llevar esa esperanza al mundo.


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